Debate

"Siempre drogado": ¿Qué hay que hacer con los trapitos y limpiavidrios en Jujuy?

Los vecinos están hartos de la prepotencia con que se manejan, otros dicen que "al menos están trabajando y no robando".

QPJ SOCIEDAD

"No se puede vivir tranquilo", "no cuidan los autos y si no pagás, te lo rompen ellos", "Si no querés que te limpien el vidrio, pegan un manotazo"... Un porcentaje bajo de la sociedad, admite que están trabajando y que no salen a delinquir, que "hay que saber entender".

La presencia de trapitos y limpiavidrios en las calles vuelve a encender el debate sobre los límites entre la necesidad de trabajar y el ejercicio de prácticas que muchos vecinos consideran extorsivas. Estas personas aseguran que "se la rebuscan" para ganarse el día, pero el servicio que ofrecen no es voluntario: lo imponen. En el caso de los trapitos, no cuidan los autos realmente, suelen desaparecer cuando ocurre un daño y, aun así, exigen un pago fijo como si fuera un estacionamiento formal. La situación genera una tensión constante entre quienes necesitan circular y quienes se apropian del espacio público como forma de ingreso. Por supuesto que no son todos, pero sí una mayoría y es algo que en Jujuy, preocupa.

Hay un caso que preocupa a los vecinos porque es recurrente y el hombre tiene impunidad, no saben qué hacer.

Los comentarios a esta publicación de Que pasa Perico, dan cuenta del malestar de vecinos: "Tengo que encerrarme", marcó uno explicando cuán grave es la situación en las calles jujeñas.

A esto se suman los limpiavidrios, que operan bajo una lógica similar. Si el conductor expresa que no quiere el servicio o que no tiene dinero, muchas veces la respuesta no es una simple retirada, sino un golpe al capó, un insulto o una actitud intimidante. Esto alimenta la sensación de inseguridad y expone un problema que no es menor: la delgada línea entre la informalidad forzada y la violencia callejera. Para muchos automovilistas, lo que se presenta como "trabajo" termina sintiéndose más como una presión o un apriete.

Detrás de esta polémica persiste una discusión de fondo: cómo abordar la realidad de quienes necesitan generar ingresos sin habilitar prácticas que afecten a terceros. La falta de oportunidades laborales explica parte del fenómeno, pero no justifica el uso de la intimidación como herramienta cotidiana. A la vez, la ausencia de controles estatales convierte la vía pública en tierra de nadie. El desafío es encontrar un equilibrio entre la inclusión social y el respeto por el espacio común, evitando que la necesidad se transforme en amenaza y que la convivencia urbana quede sometida a la voluntad del más fuerte.

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