QPJ Paranormal

Guarda con "La sin OJOS", esto pasó en la ruta:

El relato de un camionero que da escalofríos

QPJ SOCIEDAD

"Me encantan las historias paranormales de ruta"... Y si son de camioneros, más todavía. Esta sucedió en Entre Ríos, en una zona rural, y tiene un giro al final que te va a dejar con la boca abierta. Tengo 46 años y quiero contarte mi historia. Este correo lo envío desde la casilla de mi hijo, que sigue tu cuenta y me insistió para que la escribiera. Ocurrió hace 20 años y nunca tuve tanto miedo como aquella noche. Fue una locura.

Soy camionero. Mi abuelo, que en paz descanse, y mi viejo también lo fueron. En el año 2000, cuando tenía 21 años, mi papá me hizo entrar a una empresa en la que él trabajaba, con sede en Pompeya, en la ciudad de Buenos Aires. Empecé como mecánico. Si bien me gustaba mucho el trabajo y sabía bastante del rubro, era muy sacrificado. Los camiones requerían mucho mantenimiento y trabajaba turnos de más de 12 horas sin que me pagaran las horas extras.

Una vez que obtuve el registro profesional de conducir y tras insistirle mucho a mi viejo, me tomaron como chofer de camiones. Al principio hacía viajes cortos, pero con los años me permitieron manejar hasta otras provincias. En el año 2003, en mi tercer viaje largo, me tocó ir a la ciudad de Crespo, Entre Ríos, a dejar una carga. Tenía que llegar antes de las 21, pero me demoré debido a un choque múltiple en la ruta 12, cerca de Gualeguay. Estuve una hora detenido y luego nos desviaron.

Cuando avisé a la empresa, me dijeron que podía entregarle la carga al hermano del dueño del campo, que estaba a pocos kilómetros. La atmósfera era muy rural: caminos de tierra, muy poca luz, calles sin nombre ni número. Típica localidad de campo de Entre Ríos. Tras dar unas cuantas vueltas y preguntar a varios paisanos, encontré el lugar. Era la 1 de la mañana. Lloviznaba y hacía calor. Todo estaba apagado, así que bajé y golpeé la puerta mosquitera del frente. Salió un viejito en silla de ruedas que resultó ser muy amable.

Se presentó como Adalberto, hermano de Gabriel, el dueño del campo y quien debía recibir la carga originalmente. Me pidió, por favor, que entrara con el camión por la calle de atrás para guardar las cosas en el galpón. Pero yo estaba inmóvil, como si algo me obligara a mirar hacia un punto en la oscuridad. El viejo se acercó y me hizo entrar casi a empujones. Una vez adentro, la sensación desapareció. Me ofreció un mate y me dijo que me quedara tranquilo, que en unos minutos todo estaría bien.

Ni siquiera lo probé. Tenía el estómago cerrado. Me explicó que, desde hacía años, una mujer aparecía en el pueblo persiguiendo a otras entidades que intentaban escapar de ella. Algunos decían que era La Llorona, otros, que era un espíritu maligno que acechaba a las almas que no podían irse de este mundo. Nadie lo sabía con certeza. Lo único seguro era que todas las noches, pasadas las 21, comenzaba a manifestarse.

Ahí entendí. Por eso el dueño del campo me había pedido que llegara antes de esa hora. Me quedé sin palabras. No sabía qué decir ni qué hacer. Esperamos unos minutos y Adalberto me dijo que lo mejor era que me fuera. Terminé de descargar, me firmó el remito y salí lo más rápido que pude.

No volví a ver ni a sentir nada raro. Al llegar a la ruta me calmé un poco, ya que no me sentía tan solo. Más adelante, recordé que, cuando estaba detenido por el choque, había visto un parrillón en Gualeguay que parecía bueno, así que decidí parar a comer. Mientras esperaba mi pedido, fui al baño y escuché a dos personas hablando sobre el accidente de unas horas atrás. Decían que el camionero tal vez se había quedado dormido o estaba borracho, porque había hecho una maniobra extraña.

Es algo que, en nuestro trabajo, a veces pasa. Cuando volví a la mesa, la moza, al notar que llevaba una remera de la empresa de camiones, me preguntó si sabía lo del choque. Le conté que había estado varado un buen rato. Luego, me dijo: "Escuché que el chofer chocó porque se le apareció una mujer vestida de blanco de la nada y trató de esquivarla".

Sentí un escalofrío. Esa sensación de terror me invadió de nuevo. Dejé de escuchar a la chica. Solo alcancé a oír cuando dijo que la mayoría de la gente no creía en esas cosas. No pude terminar la comida. Apenas probé un bocado y me fui. Nunca conté nada de esto en la empresa, donde sigo trabajando, pero ahora en administración.

Hace nueve años que no me subo a un camión, pero aún recuerdo todo como si hubiera pasado ayer. Lo único que te aseguro es que nunca más acepté viajes a Crespo. No vaya a ser que me cruce otra vez con la Sin Ojos.

El posteo completo de Nicolás Maggi:

Comentarios

Tucomentario

Nombre

Más de Sociedad