La Argentina que duele

"No nos vamos a morir de virus, nos vamos a morir de sed": la realidad de los pueblos originarios

Sin agua, sin comida y ahora más hacinados que nunca. Para los eternos olvidados del norte del país seguir las medidas dictadas por el Gobierno resulta una verdadera complejidad.

La cuarentena, dictada por el gobierno para frenar el avance del coronavirus, se vuelve allí una encrucijada. "Estamos desesperados. Los hermanos me vienen comentando que, cuando la policía los encuentra abajo del árbol, los obligan a meterse a las casas, que parecen hornos. Les piden autorizaciones para salir. El que no obedece la orden, es llevado a la comisaría y muchas veces los penalizan económicamente por desobediencia". Quien habla es Félix Díaz, líder de la comunidad qom La Primavera y presidente del Consejo Consultivo y Participativo de los Pueblos Indígenas de la República Argentina.

Al hacinamiento, se suman otros problemas crónicos, como la desinformación, la escasez de atención sanitaria y de agua, indica Clarín. Debido a que muchos habitantes viven de la caza, la pesca y la recolección, la prohibición de movilidad pone en peligro su subsistencia. Más aún cuando los aguateros no aparecen y las plantas potabilizadoras están rotas o quedan lejos de los poblados.

"No nos vamos a morir de virus, nos vamos a morir de sed", asegura Nicodemo Tomás, referente wichi de Collins, en el departamento formoseño de Ramón Lista, cerca de la zona de Potrillos.

Mientras la pandemia avanza en distintas provincias del país, los habitantes de la región no solo no pueden cumplir con las disposiciones básicas de higiene; sino que, al decir de Eduardo Galeano, "no tienen ni una gota para perder en lágrimas".

Vivir (y morir) con hambre y sed: el dolor en primera persona

Son al menos doce los niños wichis fallecidos en Salta en lo que va del año, con cuadros de infección, deshidratación y bajo peso. El último fue un pequeño de un año y tres meses, de la localidad Vertiente Chica. Ocurrió en su casa, porque nunca fueron a verlo los agentes sanitarios. Su hermana permanece en estado delicado.

La falta de víveres y agua potable se combina con condiciones sanitarias y ambientales extremas: el caldo de cultivo para la multiplicación de tuberculosis, dengue, zika, gastroenteritis y otras enfermedades. No solo en Salta.

"La mayoría de nosotros va a morir por desnutrición o diabetes", resume el formoseño Martín Díaz, referente wichi de Pilcomayo. La declaración duele y no termina allí. "Nuestro barrio tiene 50 años. Cada gobierno que viene, todo sigue igual, en dictadura o en democracia. Somos 65 familias, no sabemos cómo podemos hacer, estamos discriminados, acorralados. Muchos vivimos de ladrillería o carpintería y ahora no tenemos trabajo". ¿Su reflexión sobre el coronavirus? "Como siempre, van a ocultar los muertos".

El reclamo que más se repite es el del agua. Nicolás Palomo es cacique de Villa Devoto, en el departamento de Ramón Lista, Formosa. Allí se ubica la planta potabilizadora de la que dependen trece comunidades: cada una de ellas, aloja entre 50 y 100 familias.

Actualmente, la bomba y la turbina están rotas. "Hay gente que tiene aljibe, gente que no. Muchos directamente van a la represa cercana, pero sale un agua muy turbia. Ya hay dos con dolores de panza. Antes teníamos aguateros, pero el gobierno les quitó el servicio", reclama Palomo.

Nicodemo Tomás, también de la zona, advierte que el agua que hay no va a durar más que unos pocos días. "Sabemos que hay virus, pero la preocupación nuestra es el agua. Esto viene desde enero y ahora nos dicen que el técnico no viene por la cuarentena. Protestamos frente a la subcomisaría y tampoco nos atendieron por la cuarentena. Ni una gota sale, nos estamos muriendo".

La sed arde en la garganta de los habitantes postergados del NEA. Duele en las caras de los adultos mayores enfermos y en el llanto de los chicos. Se evidencia en los baldes de glifosato (descartados por empresas sojeras), donde las familias guardan el poco líquido que consiguen.

Sin agua potable, las comunidades no solo están expuestas al contagio de coronavirus, sino a la muerte más cruel y evitable. En su novela Hijo de hombre, Augusto Roa Bastos llamó a la sed "una llaga viva por dentro". La llaga hoy está expuesta, encarnando una de las deudas más antiguas y urgentes de la Argentina, sentenció en su articulo para el medio nacional, Jazmín Bazán. 

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