Envenenó a sus hijos con chocolatada para que no se vayan con el padre
Una mujer ideó un plan macabro para impedir que sus hijos se fueran con su padre y terminó protagonizando uno de los casos más impactantes de violencia intrafamiliar.
El caso de Mireya Agraz provocó una profunda conmoción en México y volvió a poner en agenda los límites del sistema judicial, la violencia familiar, la salud mental y los conflictos por la tenencia de menores. La mujer decidió envenenar a sus hijos con chocolatada, quitarse la vida y arrastrar a sus propios padres a un final trágico, en un intento desesperado por evitar que los niños quedaran bajo el cuidado de su padre.
Según la investigación, Mireya atravesaba desde hacía años un conflicto judicial con su exesposo, Leopoldo Olvera, abogado de profesión, a quien había denunciado por presunto abuso sexual infantil. A pesar de peritajes médicos y psicológicos, la Justicia desestimó las acusaciones y avanzó con medidas que favorecieron al padre, incluyendo terapias de revinculación y decisiones que dejaron a la mujer en una situación límite.
Con el paso del tiempo, el cuadro se agravó. Mireya se sentía acorralada, desoída por los tribunales y convencida de que sus hijos corrían peligro. En ese contexto, el 7 de junio de 2017, tomó la decisión más extrema: preparar una mezcla de pastillas sedantes disueltas en leche con chocolate y dársela a beber a sus tres hijos.
El plan incluyó a sus padres, Enrique y Rosa, quienes también ingirieron los medicamentos. En la vivienda, la escena fue devastadora: los niños yacían sin vida sobre una cama, junto a una Biblia y un crucifijo, mientras los adultos fueron hallados inconscientes. Solo Rosa sobrevivió tras ser trasladada de urgencia a un hospital, donde permaneció en coma y luego declaró no recordar lo sucedido.
La autopsia confirmó que la causa de muerte fue un envenenamiento por sobredosis de antidepresivos, cerrando uno de los capítulos más oscuros de la crónica policial reciente. El caso expuso fallas estructurales en el abordaje de denuncias de abuso, el impacto de la violencia psicológica, y las consecuencias devastadoras de procesos judiciales prolongados y contradictorios.
La historia de Mireya Agraz quedó marcada como un símbolo extremo del colapso emocional, la desprotección infantil y una tragedia familiar que todavía genera debate, indignación y dolor en toda la región.


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